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Y TU, ¿SABES A DONDE VAS?

Del libro «Cuentos para crecer y curar» de Michel Dufour:

Desde hace mucho, Ulises preparó este viaje que debía cambiar su vida. Tomó cursos de geografía y aprendió a hablar varios idiomas. El lugar que visitaría importaba poco; lo importante, era viajar.

Las dificultades comenzaron cuando fue a la agencia para reservar su billete de avión. La persona que lo atendió le hizo las preguntas habituales hasta que llegó el momento de determinar el lugar de destino.

– No quiero ir a México –dijo Ulises-, ni a Grecia, ni a Italia, ni tampoco a Pakistán. – ¿Adónde quiere ir? –le interrogó el agente de viajes. – A Inglaterra no –dijo nuestro amigo-, ni a África, ni a Australia, ni a Alemania. – De nada nos sirve saber dónde no quiere ir –le dijo el especialista cada vez más desconcertado-; necesitamos saber dónde sí desea llegar. – No me interesa ir a Francia, ni a Portugal, ni a Rusia, ni a América –dijo Ulises.

Al darse cuenta del callejón sin salida en el que se encontraba, nuestro futuro turista, avergonzado, decidió regresar a su casa.

Esa noche soñó que se encontraba en un aeropuerto viendo las salidas de los aviones.

De pronto vio a su lado al gran Lindberg, el primer piloto que atravesó el Atlántico en 1927, quien se dirigió a él y le dijo: «Los aviones están listos para ir a donde sea», dijo. «El piloto es quien debe decidir el lugar donde aterrizará el aparato».

Poco después, nuestro amigo se despertó sobresaltado y se volvió a dormir muy tarde.

Por la mañana, se dio cuenta de la importancia que tiene saber bien cual es nuestro destino antes de emprender un viaje.

El Maestro…

Extraido de «26 cuentos para pensar», Jorge Bucay

El Maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…
 Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
 
– Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.
 
– Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo
– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
– Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…
– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte…
– Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…
– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada